La noticia del fallecimiento de Isabel II, conocida como la «reina de los tristes destinos», el 9 de abril de 1904, marcó el final de una vida marcada por la controversia y la intriga política. Isabel II, bautizada como María Isabel Luisa de Borbón, reinó en España entre 1833 y 1868, después de que su padre, el rey Fernando VII, derogara la Ley Sálica para garantizar sus derechos al trono.

Sin embargo, su reinado estuvo marcado por la agitación política y las luchas internas. Su tío, el infante Carlos María Isidro de Borbón, se opuso a su ascenso al trono y desató tres guerras civiles conocidas como «carlistas». A lo largo de su reinado, Isabel II enfrentó desafíos políticos y personales, incluyendo la intervención militar de su madre, María Cristina de Borbón, y un matrimonio infeliz con su primo, el infante Francisco de Asís de Borbón.

A pesar de su popularidad inicial, Isabel II fue objeto de críticas por su supuesta frivolidad y lujuria. Su reinado estuvo marcado por la corrupción política y la inestabilidad, culminando en su derrocamiento durante la revolución conocida como «la Gloriosa» en 1868.

Después de su exilio, Isabel II vivió en el extranjero bajo la protección del emperador Napoleón III y su esposa, Eugenia de Montijo. Aunque mantuvo la esperanza de regresar a España, su relación con su hijo, Alfonso XII, y su sucesor, Alfonso XIII, fue distante y complicada.

Isabel II pasó sus últimos años en París, donde vivía en relativo aislamiento. A pesar de los esfuerzos por rehabilitar su imagen, su muerte fue recibida con indiferencia por la sociedad española y francesa. Su legado quedó marcado por la tragedia y el escándalo, una triste conclusión para una vida marcada por el poder y la intriga política.