Las guerras civiles inglesas entre 1642 y 1651 supusieron un periodo convulso no solo en el país británico, sino en el resto de Europa. España fue el primer Estado que reconoció el régimen de Oliver Cromwell, que llevo a la muerte al monarca Carlos I, lo que causó una verdadera polémica, no se entendía como el Estado podía apoyar un régimen en el que se condena de muerte a un rey.

Hacemos un viaje en el tiempo y nos situamos en la Corte de Madrid, reinando Felipe IV. Hace 375 años, en la calle Caballero de Gracia, un grupo de jacobitas ingleses asesinan al embajador de su país, Anthony Ascham

Todos conocemos el regicidio que se llevo a cabo en la figura del rey Carlos I de Inglaterra, un 30 de enero de 1649, fue juzgado y condenado a muerte. Oliver Cromwell instauró la República, ejerciendo un poder absoluto, imponiendo un régimen marcado por el puritanismo religioso.

Nada más llegar al poder, Crowell envió embajadores a los principales países europeos y acabar con posibles recelos, así llegó Ascham a Madrid. Escribía Cárdenas, embajador de España en Londres:
“Lo que la conveniencia y razón de estado aconsejare obrar a favor deste gobierno y en reconocerle y admitir sus embaxadores, o en hacer confederación con él si obligaren a ello, los accidentes y intereses de V.M.”.

Imaginamos que el rey de España, Felipe IV pensaría aquello de: «.. cuando las barbas de tu vecino veas cortar..», además, Carlos I, cuando aún era Príncipe de Gales, estuvo a punto de ser yerno del rey español y no lo había sido por la cantidad de inconvenientes que le habían puesto durante su larga estancia en Madrid junto al favorito, el duque de Buckingham. España se veía obligada a reconocer al puritano Cromwell que buscaba una alianza de estados protestantes.
De Ascham se conoce sobre todo su obra » Of the Confusions and Revolutions of Governement».Nacido en 1614, formado en el Colegio Real de Eton, tutor del duque de York, futuro Jacobo II, aunque era abiertamente republicano. En 1649, se le envía a Hamburgo a negociar con los representantes de la Liga Hanseática, el tráfico mercantil inglés en el Báltico. Su voto fue decisivo a la hora de ejecutar a Carlos I. Era una figura de peso, así escribe el poeta y miembro del Parlamento, Milton, al rey de España: » Enviamos a su Majestad a Anthony Ascham, persona integra, docta, descendiente de una antigua familia» , para tratar asuntos muy convenientes tanto para la nación de los Españoles como para la de los Ingleses. Le pide al rey que permita, de forma segura y honorable, la llegada del embajador a su «real ciudad» y facilitarle el regreso cuando sea el momento.
Ascham llegó a Cádiz, fue recibido por el duque de Medinaceli que tenía orden de proporcionarle escolta hasta su llegada a la corte. El 4 de mayo de 1650 llega a Madrid, y solo dos días después, sin haberse podido acreditar ante el rey, fue asesinado por realistas ingleses exiliados.
Según el cronista de Madrid, Pedro de Répide, la noche del 6 de mayo de 1650, en las puertas de la casa donde se alojaba, propiedad de doña Elvira de Paredes, ubicada en el solar donde hoy se encuentra el Oratorio del Caballero de Gracia, en la calle del mismo nombre, cinco ingleses jacobitas y católicos, que viajaron a España con tal propósito, asaltaron y dieron de puñaladas al embajador y a su traductor, un franciscano apóstata, John Baptista de Ripa.
Los nombres de los asesinos eran: Gilen, Morsal, Perchor, Separt y Arms, su única misión, dar muerte a aquel que había propiciado la ejecución del rey inglés, no se sabe si por simple venganza o por acabar con una posible alianza de España e Inglaterra. No pudieron escapar, tras cometer su crimen fueron presos.
Inglaterra reaccionó pidiendo castigo ejemplar contra los que llamaron «parricidas«, John Milton de nuevo escribe al rey Felipe IV, donde apela a su honor para que los realistas, ya detenidos, sean ejecutados rápidamente. Pero la pena de muerte se dilataba en el tiempo, ¿por qué no se cumplía?
Parece ser que los asesinos se habían acogido a lo sagrado en el Convento de dominicos de Atocha, otros que había sido en el hospital de San Andrés de los Flamencos, creando un problema entre la jurisdicción religiosa y civil, y es que los asesinos tenían defensores dentro de la Corte de Madrid.
«En Holanda y en España, la opinión popular estaba en favor de los reos, que según se decía públicamente en ambos países, no habían hecho más que castigar con un asesinato a otros grandes asesinos. La indulgencia de los gobiernos estaba secretamente acorde con la opinión popular; perseguían el crimen por conveniencia o por temor; pero sin deseo formal de castigarlo»
Pero hubo que dar prioridad a las relaciones internacionales, y quedar bien con todos los implicados. Finalmente en 1652, se resolvió con la ejecución por garrote vil, de uno de los asesinos, considerado la mano ejecutora, el cabecilla de los jacobinos, parece ser que era el único protestante que había entre ellos, los demás quedaron impunes, incluso un año después, uno de ellos consiguió escapar.
Todo este turbio asunto inspiró a un Calderón de la Barca en plenitud de facultades un auto sacramental conocido como «La inmunidad del sagrado »