Los tres primeros eclipses totales de sol del siglo XX son conocidos internacionalmente como los «eclipses españoles»: 1900, 1905 y 1912. La razón es que nuestro país fue reconocido como uno de los mejores lugares para observarlos en toda Europa. Se anunció la llegada de los más importantes científicos europeos y, para dar una buena imagen de nuestro país, se aprovechó para actualizar los equipos de observación. Se crearon nuevos observatorios como el de La Cartuja de Granada en 1902, el Fabra de Barcelona en 1904 y el de Roquetas (Tarragona) también en 1904.
Lugares como Plasencia, Elche, Burgos, Cistierna, Carrión de los Condes, Daroca o Navalmoral de la Mata, entre otros, se convirtieron durante unos días en centros de reunión de astrónomos españoles y de todas las nacionalidades. Se fletaron trenes especiales para ir a ver los eclipses, como en 1905 para verlo en Burgos, donde duró 3 minutos y 45 segundos.

Meses antes del eclipse de Burgos, los medios publicaron páginas y páginas de información sobre el evento. Se incluían recomendaciones de observación, señalando como la mejor forma de mirar el eclipse con anteojos de teatro.
Las autoridades convocaron fiestas populares que incluían corridas de toros con célebres toreros como Machaquito, concursos de tiro de pichón, de fotografía… Se colocó la primera piedra del monumento en honor al Cid, que luego nunca se completaría.
La gran aportación fue el primer ascenso de varios globos para observar el eclipse desde el aire en el Parque de Aerostación de Guadalajara, donde se fletaron los globos Júpiter, Urano, Marte y Cierzo.

El eclipse tuvo testigos de lujo con la presencia del rey Alfonso XIII y la Familia Real junto a astrónomos internacionales. Pero sobre todo, fue un espectáculo popular, con numeroso público que asistió, entre asustado e ilusionado, a la llegada de la noche repentina. En el momento álgido se hizo el silencio total y la reaparición del sol provocó un entusiasta aplauso y gran alivio, ya que el eclipse seguía despertando terror atávico.
En Madrid, se eligió como punto de observación del eclipse de 1905 el Alto del León, a 1.570 metros sobre el nivel del mar, en el Puerto de Guadarrama. Infinitos viajeros llegaron de todas partes, organizados en numerosas caravanas con una temperatura de 10º. Algunos subieron al Puerto andando durante tres horas, en burro, a caballo, en veloces automóviles, con un viento del Norte duro y frío, donde cada uno se abrigaba como podía.
Al llegar al Puerto, se encontraban con la escultura del León, ya muy deteriorada, que mandó erigir en 1749 Fernando VI sobre el promontorio que permitía ver al mismo tiempo las vertientes Norte y Sur del Guadarrama, donde se hallaba la divisoria de las dos Castillas.
Según las crónicas, el espectáculo del eclipse fue espléndido y los grupos de comensales, animados y pintorescos, alzaron sus vasos brindando por el Sol. Así nos lo cuenta Eduardo Caballero de Puga en «El Eclipse de Sol de 1905 desde la cumbre de Guadarrama», Madrid 1905.