Carlos III, hijo de Felipe V y de su segunda esposa Isabel de Farnesio, nació en Madrid sin aparentes posibilidades de reinar. Su hermanastro mayor, Fernando VI, podía haber tenido descendencia, por lo que Carlos fue preparado para desempeñar un papel político fuera de España. Con apenas 15 años fue colocado al frente de los ducados de Parma, Toscana y Plasencia; y con 19 se convirtió en rey de Nápoles y Sicilia, donde gobernó durante 25 años. Esa experiencia sería decisiva para su futuro.

La muerte de Fernando VI en 1759 cambió por completo su destino. A sus 43 años, Carlos III debía hacerse cargo del trono de un imperio vasto, complejo y necesitado de reformas. El 9 de diciembre de 1759, tras un viaje desde Nápoles retratado magistralmente por Antonio Joli —cuadros hoy en el Museo del Prado—, entró en un Madrid frío y lluvioso dispuesto a asumir esta pesada herencia.
Un rey ilustrado para un país necesitado de cambios
Carlos III representó el espíritu reformista del siglo XVIII. Se rodeó de ministros competentes, muchos de ellos formados en Nápoles, como Gregorio Esquilache, Campomanes o el conde de Aranda. Su objetivo: modernizar el Estado, racionalizar la administración y mejorar la vida de los ciudadanos. Entre sus principales reformas destacan:
- Liberalización del precio del trigo (1765).
- Reafirmación de la autoridad civil frente a la Iglesia, culminada con la expulsión de los jesuitas (1767).
- Impulso a la educación primaria.
- Declaración de la honestidad de todas las profesiones (1783).
- Impulso de las Sociedades Económicas de Amigos del País.
- Restricción de los privilegios de la Mesta para mejorar la agricultura.
- Libertad de comercio con América (1778).

Estas medidas, profundamente renovadoras, chocaron con los privilegios de nobles, clero y sectores tradicionales. La tensión estalló en el Motín de Esquilache (1766), que obligó al rey a retirar temporalmente a su ministro favorito, aunque el monarca continuó adelante con sus reformas.

Un nuevo concepto de España y una nueva capital
Carlos III ayudó a consolidar la idea de España como una comunidad de ciudadanos, más allá de ser súbditos de un rey. También creó la bandera nacional, base de la actual.
Convertir Madrid en una gran capital fue otro de sus proyectos fundamentales. Bajo su reinado se construyeron:
- La Puerta de Alcalá.
- El Gabinete de Historia Natural, germen del actual Museo del Prado.
- Las fuentes monumentales de Cibeles, Neptuno y Apolo.
- Nuevos paseos, caminos, carreteras y mejoras de salubridad.
Además, impulsó expediciones científicas que originaron el actual Jardín Botánico, e introdujo la lotería nacional, fuente de ingresos para el Estado.
El carácter del monarca
Carlos III fue un rey austero, reflexivo y profundamente religioso, aunque firme frente a cualquier intento de limitar su autoridad. Devoto de la Inmaculada Concepción y de San Genaro, llevaba una vida sobria y ajena al boato cortesano. Su gran pasión era la caza. Viudo desde la muerte de su esposa María Amalia de Sajonia —fallecida poco después de llegar a España— no volvió a casarse y se dedicó a la educación de sus nueve hijos.
Su reinado combinó eficacia administrativa con un sentido moral elevado, y una visión del Estado adelantada a su tiempo.
Final de un gran reinado
Carlos III gobernó 25 años en Nápoles y 29 en España, un total de casi seis décadas de ejercicio político. Murió el 14 de diciembre de 1788, un año antes del estallido de la Revolución Francesa. Su legado incluye la modernización del Estado, la ordenación de Madrid y la consolidación de símbolos nacionales que perduran hasta hoy.
Dejó, sin embargo, un sucesor poco preparado: Carlos IV, cuyo reinado marcaría el inicio de una profunda crisis.
