Efemérides

LA MUERTE DEL PACIFICADOR: ALFONSO XII EN EL PALACIO DE EL PARDO (1885)

La muerte del rey Alfonso XII, el “Pacificador”, cayó sobre España como un mazazo inesperado. A punto de cumplir veintiocho años, el joven monarca mantenía en secreto la tuberculosis que acabaría llevándoselo a la tumba el 25 de noviembre de 1885, sumiendo al país en una nueva etapa de incertidumbre política y económica.

Desde el destronamiento de Isabel II en 1868, España había atravesado un torbellino histórico: gobiernos provisionales, el breve reinado de Amadeo de Saboya, la Primera República, la Tercera Guerra Carlista y la crisis colonial en Cuba. La Restauración de 1874, con Alfonso XII en el trono, había devuelto al país una estabilidad largamente anhelada. Su muerte, sin embargo, amenazaba con reabrir viejas heridas.

A ello se sumaba una situación dinástica complicada: el Rey dejaba como heredera a la infanta María de las Mercedes, mientras la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, regente desde ese mismo instante, estaba embarazada de tres meses. Si el fruto del embarazo era un varón, desplazaría a la princesa. Durante meses, España navega un frágil vacío de poder.

Un reinado breve marcado por la tragedia

La vida de Alfonso XII había estado rodeada de episodios propios de una novela romántica. Se casó por amor con su prima María de las Mercedes, un enlace celebrado por el pueblo —“como se casan los pobres”, repetían en las calles— pero que despertó la oposición de su madre, Isabel II. La joven reina murió tan solo seis meses después de la boda, víctima, según los estudios actuales, no de tuberculosis, sino de tifus.

El rey, obligado por razones de Estado, contrajo segundas nupcias con María Cristina de Austria, cuya frialdad inicial generó recelos. Mientras tanto, la tuberculosis, la gran pandemia del siglo XIX que causaba uno de cada cuatro fallecimientos en Europa, avanzaba silenciosa. Alfonso la había contraído años antes y, pese a su deterioro, continuó llevando una vida activa y sin excesivas precauciones. Solía ocultar las manchas de sangre de su tos con un pañuelo rojo, último gesto de discreción ante una enfermedad que todos temían.

La última noche en El Pardo

A mediados de noviembre sus médicos, Sánchez Ocaña y García Camisón, ordenaron que permaneciera retirado en el Palacio de El Pardo. El 24 de noviembre sufrió un agravamiento repentino. Recibió la extremaunción y, a las nueve de la mañana del día siguiente, falleció rodeado de un reducido círculo de allegados.

La propia reina viuda, en un acto de profunda intimidad, lavó y preparó el cuerpo antes de que fuese embalsamado. La capilla ardiente se instaló en la misma alcoba donde había muerto el monarca.

El cortejo fúnebre

El 27 de noviembre, a las once de la mañana, el féretro partió hacia Madrid. Iba cubierto de terciopelo negro bordado en oro y tirado por una carroza de ocho caballos engalanados. Lo seguía una comitiva impresionante: familia real, Grandes de España, clero, alabarderos, lanceros y servidores de la Casa Real, iluminando el camino con hachones encendidos.

La comitiva se detuvo en San Antonio de la Florida, donde se rezó un responso, antes de continuar hacia el Palacio Real entre balcones enlutados, banderas a media asta y un silencio solo roto por las salvas de cañón.

En el Salón de Columnas, la capilla ardiente recibió durante horas a una multitud silenciosa. El 30 de noviembre, los restos del rey partieron en tren desde la Estación del Norte hacia el monasterio de El Escorial. Allí, los monjes agustinos, vestidos de negro y portando antorchas, lo recibieron en un ritual solemne. Tras el funeral, el Montero Mayor y el jefe de Alabarderos pronunciaron el nombre del rey tres veces antes de declarar:

«Pues que Su Majestad no responde, verdaderamente está muerto».

Acto seguido, el bastón de mando del monarca fue partido en dos, como marca la tradición, y depositado a los pies del ataúd.

Doce días después se celebró un funeral de Estado en San Francisco el Grande, con representantes de las principales casas reales europeas. El momento culminante llegó cuando el tenor Julián Gayarre entonó el Libera me, Domine de Barbieri, llenando el templo de emoción contenida.

El inicio de la Regencia

Mientras España lloraba al joven rey, la maquinaria política se puso en marcha. La misma víspera de su muerte, Cánovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta habían sellado el llamado “Pacto del Pardo”, acuerdo que garantizaba la alternancia pacífica en el gobierno. Era la herramienta clave para evitar la inestabilidad.

La regente María Cristina juró la Constitución y renovó su compromiso ante las Cortes el 30 de diciembre de 1885. Pocos meses después, el 17 de mayo de 1886, nacía Alfonso XIII, rey desde el primer instante de vida. Con su llegada se cerraba el círculo de la Restauración borbónica, que se prolongaría hasta 1931.

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