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Qué fue el Palacio de Neptuno? De los duques de Medinaceli a las hilaturas Fabra & Coats

En el número 42 de la calle Cervantes, entre la Plaza de Neptuno y el Museo del Prado, se alza hoy un edificio singular conocido como el Palacio de Neptuno. Sus amplios salones, su moderna infraestructura y su cúpula, obra del maestro vidriero Manuel Ortega, lo han convertido en uno de los espacios más exclusivos para la celebración de eventos en el corazón de Madrid.

Pero, ¿qué historia esconde este edificio? ¿Quién lo construyó y qué hubo en este solar antes de su existencia? Para responder, debemos retroceder varios siglos, hasta los orígenes del Madrid cortesano.

El esplendor del Palacio del Duque de Lerma

Entre 1603 y 1910, este terreno estuvo ocupado por un grandioso palacio, levantado por orden de Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma y poderoso valido del rey Felipe III. Frente a donde más tarde se alzaría el Palacio del Buen Retiro, el duque mandó construir una residencia palaciega rodeada de jardines, huertas y dependencias, tan extensa que muchos la describieron como una pequeña ciudad autosuficiente. Se decía incluso que contaba con su propia plaza de toros.

El duque de Lerma, impulsor del urbanismo madrileño de su tiempo, también promovió la construcción de tres conventos en la zona:

  • El convento de los Trinitarios Descalzos, arrasado por los franceses durante la ocupación napoleónica, sobre cuyo solar se levanta hoy la Basílica de Jesús de Medinaceli.
  • El convento de San Antonio del Prado, casa profesa de jesuitas y más tarde de capuchinos, que llegó a albergar los restos de San Francisco de Borja, pariente del duque. Fue demolido en 1890, y en su lugar se edificó un palacio para el marqués de Vélez y conde de Niebla, posteriormente donado a las Esclavas del Sagrado Corazón.
  • El convento de Santa Catalina de Siena, que estuvo unido al palacio mediante una galería elevada sobre la calle del Prado; hoy su lugar lo ocupa el Hotel Villa Real

En 1653, la residencia pasó a llamarse Palacio de Medinaceli, cuando doña Catalina de Sandoval, tataranieta del duque de Lerma, contrajo matrimonio con el VIII duque de Medinaceli.

Durante dos siglos, el palacio fue una referencia del Madrid nobiliario, símbolo de poder y riqueza. Pero la ocupación francesa (1808–1814) lo dejó gravemente dañado, y jamás recuperó su antiguo esplendor. En 1860, la fachada que daba a Neptuno tuvo que tapiarse para evitar su derrumbe, y finalmente, en 1890, la Casa de Medinaceli vendió la propiedad.

De aquel conjunto monumental solo permanecen los nombres de las calles que recuerdan su legado: Santa Catalina, Medinaceli, Jesús

Del Palacio al Hotel Palace y la fábrica Fabra & Coats

Los terrenos del antiguo palacio fueron adquiridos conjuntamente por el Ayuntamiento de Madrid y la empresa Madrid Palace Hotel, S.A.. Sin embargo, la corporación municipal se retiró por falta de fondos, y en 1910 el solar pasó a manos de la Sociedad Belga, dirigida por George Márquez, quien levantó en solo 18 meses el Hotel Palace, hoy uno de los grandes símbolos de la hostelería madrileña.

Otro de los solares, adyacente, fue destinado a un edificio fabril y de oficinas para la empresa textil catalana Fabra & Coats. La obra, proyectada entre 1922 y 1924 por el arquitecto Luis Sainz de los Terreros Gómez, es el actual Palacio de Neptuno.

La historia de Fabra & Coats: de Escocia a Cataluña

Fabra & Coats fue una compañía internacional de hilaturas fundada en 1903, fruto de la fusión entre la Sociedad Anónima Sucesora de Fabra y Portabella y el grupo británico J. & P. Coats Ltd.. Esta unión dio lugar a la primera gran inversión extranjera en la industria textil catalana, en plena revolución industrial.

Para rastrear sus raíces, hay que viajar aún más atrás, hasta 1812, cuando los hermanos Clark fundaron una pequeña fábrica de hilaturas cerca de Glasgow, en plena crisis por el bloqueo napoleónico. La escasez de seda impulsó la sustitución del algodón como materia prima, y su empresa prosperó rápidamente, expandiéndose por Europa.

En 1826, surgió un competidor escocés, James & Patrick Coats, que creció paralelamente hasta fusionarse con los Clark en el último cuarto del siglo XIX, formando la poderosa J. & P. Coats, que llegó a controlar el 80 % del mercado británico del hilo de coser. Hacia 1880, la empresa inició su expansión hacia España, estableciendo fábricas en Cataluña, como la de San Vicente de Torelló, junto al río Ter, bajo la marca La Cadena. Alrededor de sus factorías construyeron colonias obreras con escuelas, tiendas y teatros, ejemplo del paternalismo industrial de la época.

La vertiente catalana: de Puig a Fabra

La historia catalana de la compañía se remonta a 1839, cuando Fernando Puig y su socio Jaume Portabella fundaron en San Andrés la empresa El Vapor del Fil, dedicada a la hilatura de lino. Tras separarse ambos en 1860, Puig continuó con su yerno Camil Fabra, creando Camil Fabra i Cía.

Fabra, además de industrial, fue alcalde de Barcelona en 1893 y fundó el Observatorio Fabra en el Tibidabo. En 1884, se asoció nuevamente con Portabella para formar la Sociedad Anónima Fabra y Portabella, que gestionaba tres fábricas: una en Manresa, otra en La Sagrera —conocida como La Española— y una tercera en Sant Andreu, especializada en hilaturas de lino.

A comienzos del siglo XX, las familias Fabra (catalana) y Coats (escocesa) decidieron unir sus fuerzas en lugar de competir. La fusión se formalizó el 22 de abril de 1903 en Manchester, dando nacimiento a Fabra & Coats, una de las empresas textiles más importantes de Europa, con sucursales y almacenes en Madrid y Sevilla.

Su fábrica barcelonesa cerró en 2005, y desde 2012 el recinto se ha transformado en un Centro de Arte Contemporáneo, símbolo de la regeneración cultural de la antigua industria.

De las hilaturas al arte: el nuevo Palacio de Neptuno

El edificio madrileño que una vez albergó las oficinas y almacenes de Fabra & Coats fue rehabilitado décadas más tarde y rebautizado como Palacio de Neptuno, en homenaje a su entorno monumental. Hoy, bajo su cúpula de Manuel Ortega, el arte, la historia y la modernidad conviven en armonía.

Lo que un día fue un solar de nobles y fábricas es hoy uno de los espacios para eventos más distinguidos de Madrid, donde aún resuena, en silencio, el eco de su pasado.

Visitar el Palacio de Neptuno es adentrarse en cuatro siglos de historia madrileña, desde los fastos cortesanos del duque de Lerma hasta la revolución industrial y el Madrid contemporáneo.
Cada ladrillo conserva la memoria de lo que fue —y sigue siendo— un lugar donde la elegancia y el tiempo dialogan.

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