Efemérides

La dama de la Comedia: el debut que cambió el teatro español

Hablar de María Guerrero es hablar de una de las grandes damas del teatro español. Su nombre se pronuncia junto al de Lola Membrives, Catalina Bárcenas o las Hermanas Pinillo, símbolos de una época dorada de los escenarios.
Nació en 1867, en la madrileña calle de Caballero de Gracia, cuando esta vía era una de las más distinguidas de la capital y la futura Gran Vía apenas era un sueño urbanístico.

Su padre, Ramón Guerrero, fue un reputado tapicero y ebanista que trabajó para la emperatriz Eugenia de Montijo en las Tullerías. A su regreso a Madrid montó un próspero taller de decoración, responsable de interiores tan emblemáticos como Lhardy o El Riojano. Su talento y su relación con los teatros de la ciudad lo acercaron a la vida cultural madrileña, trabando amistad con artistas como el pintor Emilio Sala, quien retrató a María cuando apenas tenía diez años. Sería el primero de muchos retratos que inmortalizaron su elegancia y carácter.

Educada en el Colegio de San Luis de los Franceses, recibió una formación esmerada en piano, arpa, canto y francés. Pero su verdadera vocación artística se reveló cuando fue admitida como alumna de la célebre actriz Teodora Lamadrid, la gran dama del teatro romántico español, quien raramente aceptaba discípulas. Gracias a la insistencia de su padre y sus contactos, María logró ingresar en su casa-escuela, donde aprendió los secretos del verso, la respiración y la interpretación.

Y así llegó su gran día: el 28 de octubre de 1885, con apenas 18 años, María Guerrero debutó en el Teatro de la Comedia.
Este teatro, obra del arquitecto Agustín Ortiz de Villajos, se encontraba en la calle del Príncipe nº 14, sobre un solar adquirido por el empresario López Larrainzar, conocido propietario de casas de juego. Inaugurado diez años antes por el rey Alfonso XII con la comedia Me voy de Madrid, de Breton de los Herreros, el edificio era una joya de la modernidad teatral: de planta en herradura, con palcos decorados en estilo neoárabe dorado y blanco, estructura de forja artística —más ligera y segura—, telón metálico, aljibe y un novedoso sistema de iluminación. Era símbolo del progreso escénico de la capital.

María debutó con una obra del dramaturgo Miguel de Echegaray y Eizaguirre, hermano del Premio Nobel José Echegaray. Miguel, junto a Vital Aza y Miguel Ramos Carrión, dominó el género chico en las últimas décadas del siglo XIX, llegando a presidir dos veces la Sociedad de Autores Españoles (SAE) y a ocupar un sillón en la Real Academia Española en 1913.

Gracias a la amistad de su padre con el actor y empresario Emilio Mario, María se incorporó a su compañía teatral. Allí interpretó sus primeros papeles como dama joven e ingenua, aunque su talento y presencia la llevaron en solo cinco años a convertirse en primera actriz dentro de la compañía de Ricardo Calvo, en el Teatro Español.

En este escenario alcanzó el reconocimiento con obras clásicas y de época. Su interpretación de Doña Inés en Don Juan Tenorio (1891) fue considerada una de las más memorables de su carrera. El pintor Joaquín Sorolla, recién afincado en Madrid, la retrató caracterizada con hábito y rosario, reflejando una pureza serena que cautivó al público.

Su éxito inspiró a grandes autores como Benito Pérez Galdós, Valle-Inclán, Clarín y el propio José Echegaray, quienes escribieron papeles pensando en su inconfundible presencia escénica.

Deseosa de perfeccionar su arte, viajó a París para estudiar con el actor y director Coquelin, maestro de la declamación. A su regreso, en 1892, volvió al Teatro de la Comedia como primera actriz junto a Emilio Mario. Dos años después decidió independizarse y crear su propia compañía teatral en el Teatro Español.

El Ayuntamiento de Madrid, propietario del teatro, lo había puesto a concurso tras años de abandono, y María presentó su candidatura. Obtuvo la concesión por diez temporadas, y con la ayuda de su padre —que incluso vendió propiedades para financiar la renovación—, emprendió una completa restauración del espacio. Junto a Ricardo Calvo, configuró un elenco de primera categoría. Entre los actores elegidos figuraba Fernando Díaz de Mendoza, noble, joven y viudo, que sería su galán en escena… y su marido en la vida real.

Ambos triunfaron con títulos como María Rosa de Guimerà o Mancha que limpia de Echegaray. Se casaron en 1896 y tuvieron dos hijos, Fernando y Carlos Fernando.

Con su familia ya formada, María inició giras triunfales por Latinoamérica, que continuaron por Francia, Bélgica e Italia. Aunque su ausencia prolongada la hizo perder la gestión del Teatro Español, las ganancias obtenidas les permitieron comprar, en 1908, el Teatro de la Princesa.

Desde 1931, este teatro lleva su nombre: Teatro María Guerrero. Se reinauguró con Doña María la Brava, de Eduardo Marquina, obra que evocaba el apodo con el que ya era conocida, “María la Brava”, gracias al periodista Mariano de Cavia.

En 1918, la familia se estableció en el propio teatro, añadiendo una quinta planta a su estructura. Sin embargo, la construcción del Teatro Cervantes de Buenos Aires, en 1921, los llevó a la ruina económica.

A lo largo de su vida, María Guerrero realizó más de 25 giras internacionales, especialmente por Uruguay y Argentina, y llegó a actuar en el Manhattan Opera House de Nueva York.

Falleció en su vivienda del Teatro María Guerrero el 23 de enero de 1928, a los 60 años, víctima de un fallo renal, tan solo siete días después de su última función: Doña Diabla, de Luis Fernández Ardavín.

Su vida fue un escenario, y su legado, una lección eterna de pasión, talento y entrega al arte.

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