Desde el siglo XVI, Madrid, como villa y corte, celebraba con entusiasmo todo acontecimiento solemne con una corrida de toros: canonizaciones como la de San Isidro o Santa Teresa de Jesús, nacimientos reales, bodas, visitas de monarcas… La Plaza Mayor era el escenario habitual de estos festejos. De ahí viene precisamente el término “plaza” aplicado a los cosos taurinos: se engalanaban los balcones, se colocaban gradas y se acotaba el espacio con tablas, convirtiendo el corazón de la ciudad en un improvisado ruedo. También eran comunes las corridas en pueblos vecinos como los Carabancheles.
Pero el 22 de julio de 1743, bajo el reinado de Fernando VI, se inauguró en Madrid la primera plaza de toros permanente. Fue una estructura de madera y ladrillo con aforo para 6.000 personas. Sin embargo, debido a varios derrumbes, seis años más tarde se encargó una nueva plaza al arquitecto Sachetti. Aunque en realidad fueron los madrileños Ventura Rodríguez y Francisco Moradillo quienes la levantaron. Este nuevo coso de piedra y ladrillo celebró su primera corrida el 3 de julio de 1749.

La plaza era sólida, de cal y canto, con 1.100 pies de circunferencia, con capacidad para unas 12.000 personas. Los compartimentos divididos en 110 palcos, con tres órdenes de asientos: las delanteras, los tendidos, la contrabarrera. Contaba con enfermería, dependencias para los médicos, empresarios, los corrales y las cuadras para el ganado.
Durante 125 años, se celebraron corridas de toros en esta plaza situada en la confluencia de la calle Alcalá y Claudio Coello, justo donde una placa lo recuerda hoy. La construcción costó 85.000 escudos de oro, pagados por Fernando VI, quien en 1754 donó el coso a los dos hospitales madrileños para que pudieran sanear sus cuentas alquilándolo para festejos taurinos.
Uno de los testigos excepcionales de aquellas corridas fue Francisco de Goya, que plasmó lo vivido en 33 aguafuertes que conforman su célebre serie «La Tauromaquia», publicada en 1816.

También Antonio Joli, pintor veneciano de vedute al servicio de Fernando VI, retrató la plaza de toros junto a la Puerta de Alcalá (aún no la de Carlos III). En su obra dejó constancia del anfiteatro con colores verde, amarillo y dorado, los balcones y graderíos, y el ambiente del espectáculo.

La organización del festejo era meticulosa. El presidente, los alguaciles y ministros de justicia mantenían el orden. Había dragones a caballo y soldados de infantería, los “blanquillos”, vigilando dentro y fuera. Los toreros a pie y a caballo lucían trajes vistosos y realizaban un espectáculo que combinaba fuerza, destreza y teatralidad.

En esta plaza se celebraban hasta 12 corridas al año entre marzo y octubre, y acudían personas de todas las clases sociales. Parte de los beneficios se destinaban a hospitales. Aunque el toreo era aún un entretenimiento y no un arte formalizado, con las plazas estables y la fama de ciertos toreros comenzaron a establecerse reglas. Así nació el toreo moderno. Las grandes figuras del momento fueron Pepe Hillo, Costillares y Pedro Romero, gran amigo de Goya, quien también lo retrató.

Una joya documental sobre esta época es la maqueta de la plaza que realizó en 1843 el teniente coronel retirado Juan de Mata Aguilera. Incluye más de 2.000 figuras y representa no solo la plaza y sus faenas, sino también la vida en torno a ella: público, vendedores, dependencias, retirada de caballos… Puede visitarse hoy en el Museo de Historia de Madrid.

Esta histórica plaza funcionó hasta el 9 de julio de 1874, cuando los toreros Lagartijo y Frascuelo cerraron su historia con una última corrida. Hoy, aquel coso forma parte del legado urbano y cultural de Madrid.
