El 15 de julio de 1957, entre álamos y secuoyas del Parque del Oeste, Madrid rindió homenaje a una de las voces más entrañables de la literatura infantil española: Elena Fortún.

Bajo este seudónimo se encontraba María de la Encarnación Aragoneses y de Urquijo, nacida en la calle Bailén en 1885, autora de las inolvidables aventuras de Celia, esa niña preguntona, libre y rebelde que marcó a generaciones enteras.

Fortún fue mucho más que una escritora de cuentos. Estudió en la Residencia de Señoritas de María de Maeztu, colaboró con figuras como Carmen Conde o Ernestina de Champourcín, y fue parte de esa generación valiente de mujeres «sin sombrero» que rompieron moldes en una España cambiante.
Sus primeras colaboraciones aparecieron en La Moda Práctica, y más tarde en Blanco y Negro, donde nacería Celia. Su personaje reflejaba el nuevo espíritu de la II República: curiosidad, inteligencia, y una mirada crítica al rol de la mujer. Comprometida con sus ideales, Elena Fortún se exilió en Buenos Aires tras la Guerra Civil. Regresó a España en 1948 y falleció en Madrid en 1952.
Cinco años más tarde, el escultor José Planes inmortalizó su memoria con un monumento en el Parque del Oeste: un medallón con su rostro y dos figuras infantiles a cada lado —sí, son Celia y Cuchifritín, sus personajes más queridos.
Si paseas por el parque, detente un momento. Frente a este modesto homenaje habitan la ternura, la nostalgia y la libertad que Fortún sembró en tantas lecturas de infancia. Un legado que sigue vivo.
