Efemérides

Santa Ana: La plaza que nació entre ruinas y resistencia

Aunque el reinado de José Bonaparte fue breve (1808-1813), supuso un punto de inflexión en el urbanismo madrileño. El llamado «rey intruso» llevó a cabo lo que Carlos III no tuvo tiempo de hacer y Carlos IV ni se planteó: una reforma interior de la ciudad, centrada en abrir espacios y plazas en una urbe asfixiada por la estrechez de su trazado medieval.

No hubo un plan general, pero sí una estrategia: expropiar y derribar edificios para crear plazas en zonas concretas. Iglesias, conventos y casas particulares fueron derribadas para dar lugar a espacios abiertos. Por esta iniciativa se le apodó «el rey plazuelas». Entre los edificios desaparecidos destacan las iglesias de San Martín, San Ildefonso, San Miguel, Santiago y los conventos de Santa Catalina, Premonstratenses, Pasión y Santa Ana. De todos ellos surgirían plazas hoy emblemáticas, como la de Santa Ana, Mostenses, San Miguel o la actual Plaza de las Cortes.

En el caso de Santa Ana, el proceso fue largo y complejo. El 4 de junio de 1810, el arquitecto Silvestre Pérez recibió el encargo de estudiar los beneficios de derribar el convento de Santa Ana y las casas de la manzana 215, con el fin de mejorar la circulación entre la calle de la Lechuga y la embocadura de la calle del Prado, junto al Teatro del Príncipe. Aunque el convento fue demolido, las llamadas “siete casillas” que completaban la manzana permanecieron hasta 1850, cuando se tomó la decisión de su derribo. Fue precisamente un 17 de junio de 1863 cuando comenzaron las demoliciones, que culminaron con la configuración definitiva de la plaza en 1868.

El proyecto de urbanización, también de Silvestre Pérez, fue presentado en 1811 y ejecutado con rapidez. En febrero de 1812 se inauguró una de las primeras zonas verdes del interior del casco urbano, junto con la plaza de San Miguel. La nueva plaza se adornó con una fuente presidida por la estatua de Carlos V y el Furor, obra de Pompeo Leoni, con un marcado simbolismo ideológico: unir el pasado imperial español con el nuevo régimen napoleónico.

Con la caída de José I, en 1817, comenzaron los conflictos. El convento expropiado fue reclamado por las Carmelitas Descalzas, que pidieron la devolución del solar. El arquitecto municipal Antonio López Aguado desaconsejó su reconstrucción por tratarse ya de un espacio de utilidad pública. En 1825, se acordó la cesión definitiva del terreno al Ayuntamiento a cambio de 910.500 reales de indemnización.

En paralelo, la estatua de Carlos V fue objeto de debate. En 1814, Fernando VII pidió su retirada, pero el Ayuntamiento defendió que ya era parte del ornato público. Finalmente, en 1825, se desmontó por razones de seguridad. En su lugar se colocó una estructura piramidal de piedra, que permaneció durante décadas.

La Plaza de Santa Ana sirvió para descongestionar el entorno del Teatro del Príncipe y se conectó con la Plaza del Ángel, surgida del derribo del monasterio de San Felipe Neri. Se convirtió así en una pieza clave del nuevo urbanismo madrileño.

Y aunque la fuente desapareció, la plaza siguió creciendo y transformándose. Pero esa ya es otra historia…

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