Madrid, a lo largo del siglo XIX, vivió una verdadera explosión teatral, con más de 35 teatros dedicados a todo tipo de espectáculos: óperas, zarzuelas, género bufo, género ínfimo y revistas musicales. Sin embargo, muchos de estos recintos, construidos con materiales de baja calidad, terminaron sucumbiendo al fuego. Entre los teatros consumidos por las llamas destacan nombres como El Dorado, La Zarzuela, el Teatro de la Comedia y, el protagonista de esta efeméride, el Teatro Variedades.
Ubicado en el número 38 (hoy 40) de la calle Magdalena, en pleno barrio de Lavapiés, el Teatro Variedades fue inaugurado a mediados del siglo XIX bajo el nombre de Teatro Supernumerario de la Comedia, con un aforo para 813 espectadores. Este espacio se consolidó como cuna del «teatro por horas», un innovador formato nacido en el Café el Recreo, en la calle de la Flor Baja.

Un pasado de «variedades» y espectáculos de brocha gorda
Construido sobre un antiguo juego de pelota, el Teatro Variedades se convirtió en sala teatral en 1843 y alcanzó cierta relevancia en 1850 con la representación de El Duende. Sin embargo, según relata Mesonero Romanos en 1854, el teatro se caracterizaba por ofrecer espectáculos “de brocha gorda”, alejados de la gran escena.
No obstante, en las décadas siguientes, el teatro amplió su programación: se ofrecían melodramas, números de prestidigitación y obras de dramaturgos como Leandro Fernández de Moratín, Ramón de la Cruz y Bretón de los Herreros. También se estrenaron piezas memorables, como La dama de las camelias de Dumas hijo.

El auge del género bufo y las suripantas
En 1866, el empresario Francisco Arderíus revolucionó el Teatro Variedades con la incorporación del género bufo, inspirado en el éxito parisino. Este movimiento, bautizado como «Bufos Madrileños», marcó un antes y un después en el panorama teatral madrileño.
El estreno de El joven Telémaco se convirtió en un éxito rotundo, en parte gracias al humor y a los provocativos coros femeninos que, con vestuarios más atrevidos para la época, entonaban canciones como el famoso estribillo:
«Suripanta la suripanta, macatrunqui de somatén, sunfáriben sunfaridón, melitónimen sonpén.»
La popularidad de este número derivó en el apodo de «suripantas» para las actrices del teatro frívolo, una denominación que se extendió a mujeres consideradas descaradas o atrevidas.
Las llamas que apagaron el Variedades
El 28 de enero de 1888, el Teatro Variedades se sumó a la trágica lista de recintos escénicos consumidos por el fuego en Madrid. Su historia, marcada por éxitos, risas y controversias, quedó truncada. Como muchos de los teatros arrasados por las llamas, el Variedades nunca resurgió.
Hoy, su legado permanece como un fragmento de la vibrante vida cultural de un Madrid del siglo XIX que, entre luces y sombras, sigue siendo recordado.