En agosto de 1859, un incidente desató las tensiones entre España y Marruecos. Un ataque marroquí a una caserna española en las cercanías de Ceuta, donde incluso mancillaron el escudo nacional, provocó indignación en España. El gobierno español exigió al sultán de Marruecos el castigo de los responsables, pero al no obtener una respuesta clara, España declaró la guerra el 22 de octubre de 1859.
El prestigioso general Leopoldo O’Donnell, al mando de las tropas españolas, contaba con el respaldo de Francia y Gran Bretaña, siempre que las campañas no derivaran en anexiones territoriales. La respuesta española fue contundente: un ejército de 35.000 hombres fue organizado rápidamente, mientras el sultán de Marruecos llamaba a la Yihad, una guerra santa en defensa de su país.
El conflicto comenzó en el campo de batalla el 25 de noviembre de 1859. El general Rafael Echagüe, al mando del ejército español, obtuvo una importante victoria en Serrallo, aunque resultó herido durante la acción. Mientras tanto, en el País Vasco, las diputaciones de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya ofrecieron al gobierno español un donativo de 4 millones de reales y comenzaron a organizar los Tercios Vascongados, una unidad militar voluntaria compuesta por 3.000 hombres. Dado que los fueros vascos eximían a los habitantes de estas provincias del servicio militar regular, estos tercios fueron integrados por voluntarios bien pagados, aunque algunos jóvenes intentaron rebelarse y escapar del reclutamiento.

El traslado de las tropas españolas a Marruecos se vio afectado por las tormentas en el estrecho de Gibraltar y una epidemia de cólera, lo que complicó el avance. A pesar de estas dificultades, el ejército español resistió numerosos ataques marroquíes en Ceuta antes de comenzar su avance hacia Tetuán con la llegada del nuevo año.

El 1 de enero de 1860, la batalla de Castillejos fue un punto de inflexión en la guerra. El general Juan Prim se destacó en el combate, consolidando su reputación como uno de los grandes líderes militares de España, a pesar de las 600 bajas sufridas por las tropas españolas.

La batalla decisiva llegó entre el 4 y 5 de febrero de 1860, cuando las tropas españolas conquistaron Tetuán. La ciudad, oprimida por el gobierno del sultán, recibió con alivio a los españoles. Tras esta victoria, el 23 de marzo, se libró la batalla de Wad Ras, en la que los Tercios Vascongados jugaron un papel clave, asegurando el triunfo definitivo para España. Al día siguiente, Muley El Abass, jefe militar de los marroquíes, solicitó la paz. Como parte de los acuerdos de paz, la ciudad de Tetuán quedó bajo control español hasta que Marruecos cumpliera con las indemnizaciones acordadas.
La victoria fue celebrada con entusiasmo en España, donde las armas, estandartes y botín marroquí se exhibieron en Madrid. Uno de los elementos más icónicos de este botín fueron los cañones capturados, cuyo bronce fue fundido para fabricar los leones que hoy flanquean la entrada del Congreso de los Diputados, conocidos como Daoiz y Velarde.
Entre los testigos de estos enfrentamientos estuvo el pintor español Mariano Fortuny, quien presenció la batalla de Wad Ras. Aunque no estuvo presente en las batallas de Castillejos ni en la toma de Tetuán, Fortuny aprovechó su experiencia como testigo directo de la guerra para inmortalizar uno de los momentos más heroicos del conflicto. En su obra, Fortuny representa a las tropas españolas, comandadas por el general Echagüe, sorprendidas por un grupo de jinetes marroquíes. Los voluntarios catalanes, bajo el mando del coronel Francisco Fort, jugaron un papel crucial en la defensa, resistiendo valerosamente dos cargas de la caballería marroquí.
Fortuny realizó bocetos rápidos durante la batalla y luego desarrolló la obra más detalladamente en su estudio en Roma. Inspirado por el estilo épico del pintor francés Horace Vernet, Fortuny plasmó una representación vibrante y meticulosa del conflicto. El coronel Fort, el protagonista de su obra, se muestra de pie, defendiéndose con sable y revólver, mientras el pintor detalla con precisión tanto el uniforme de los voluntarios catalanes como los elementos del paisaje.
Este episodio no solo dejó una marca imborrable en la historia militar española, sino que también se inmortalizó en el arte, consolidando la importancia del conflicto hispano-marroquí de 1859 en la cultura española.
