El parque más conocido de Madrid, el más antiguo y un auténtico pulmón para la capital, llamado popularmente El Retiro, ha sido además de lugar de recreo y esparcimiento de la corona, el parque más querido para los madrileños.
Sin embargo, hubo unos años, a comienzos del siglo XIX, en que España fue invadida por el país vecino, Francia. Madrid, como capital, fue ocupada por las tropas francesas el 4 de diciembre de 1808. El Buen Retiro era un conjunto real conformado por un palacio construido para Felipe IV en torno al Monasterio de los Jerónimos y sus jardines de más de 200 hectáreas.
Situado en una zona alta de Madrid, se convirtió en un excelente punto estratégico para las tropas de Napoleón, desde allí podían bombardear la ciudad y defenderse de los ataques anglo-españoles. Madrid no contaba con ninguna fortaleza, así que los franceses decidieron edificarla allí. Durante la ocupación del Retiro, destrozaron sus construcciones, los jardines y la Real Fábrica de Porcelana, conocida como La China.
El 2 de mayo de 1808, cuando los madrileños se alzaron contra la ocupación francesa, las tapias exteriores del Retiro fueron lugar de ejecuciones, de fusilamientos de patriotas. En aquella época, el Retiro tenía una extensión mayor, ocupando el Barrio de los Jerónimos, incluida la plaza de Cibeles y el Museo del Prado. En recuerdo de aquellos mártires, se levantó en 1840 un obelisco, depositándose en una urna las cenizas de los fusilados.
La guerra tuvo sus idas y venidas. El rey intruso, José I, ya instalado en Madrid en 1808, tuvo que salir de la ciudad tras la victoria del General Castaños en Bailén el 16 de julio de 1808. Los españoles aprovecharon la salida francesa para ocupar el Retiro e instalar 30 piezas de artillería en torno a la Real Fábrica de Porcelana, creada por Carlos III en 1759, en lo que hoy sería la Plaza del Ángel Caído.
Cuando en pleno invierno Napoleón invadió España por el norte, esta zona del Retiro se convirtió en su objetivo número 1 en Madrid. Tras ganar la batalla de Somosierra, los franceses bombardearon la capital los días 2 y 3 de diciembre. Se firmó la capitulación y Napoleón entró en la ciudad, restaurando a su hermano José I en el trono el 11 de diciembre. El propio emperador se paseó por el Retiro y mandó construir una fortaleza en forma de estrella, convirtiendo el parque en un búnker.
Los años de ocupación destrozaron el palacio y los jardines, talando los árboles. El 13 de agosto de 1812, en la llamada Batalla del Retiro, las fuerzas anglo-españolas ocuparon la fortaleza y dos meses después volaron la Real Fábrica de Porcelana. Se dice que su destrucción fue para evitar que la porcelana madrileña hiciera sombra a la porcelana inglesa en el mercado europeo, una leyenda que se repite desde hace 200 años.
El protagonista de aquel bombardeo contra La China, donde estaba el polvorín francés, fue el general Wellington, que entró en Madrid el 12 de agosto y el 20 de octubre incendió la fortaleza. Los ingleses encontraron un polvorín con 189 cañones de bronce, 900 barriles de pólvora y 20,000 fusiles. Se hicieron 2,506 prisioneros y liberaron a 160 soldados españoles y 6 ingleses que estaban encarcelados. Décadas después seguían apareciendo balas y restos de material militar.
De toda la ocupación y la guerra contra los franceses, solo se salvaron de este lugar el Casón del Buen Retiro y el Salón de Reinos. El primero fue la sala de baile del palacio y el segundo un espacio ceremonial y de protocolo, decorado por grandes pintores de corte como Velázquez, Rubens y Zurbarán, cuyas obras están en el Museo del Prado.
Un superviviente de aquel destrozo fue el Ahuehuete, un árbol americano de más de 400 años, traído de México en 1630. Es considerado el árbol vivo más antiguo de Madrid. La anécdota sobre este árbol es que entre sus ramas, los franceses colocaron cañones.
En la zona donde estuvo la Real Fábrica de Porcelana, se sacó a la luz la noria de la fábrica y, junto a ella, el Huerto del Francés y los viveros del Retiro. Por debajo de estos terrenos, hay una galería subterránea de 1 km de longitud que conecta La China con la glorieta de Atocha, descubierta por casualidad, pero desgraciadamente no puede visitarse.





