El 30 de abril de 1972 marcó el fin de una era para la lucha por los derechos de la mujer con el fallecimiento de Clara Campoamor, una de las figuras más destacadas en la historia de España. Nacida en el Madrid de 1888, en una época dominada por la reina regente María Cristina de Habsburgo, Clara enfrentó desde joven las adversidades de una vida marcada por la pérdida temprana de su padre y la necesidad de contribuir al sustento familiar.
A pesar de las dificultades económicas, Clara se abrió camino en el mundo laboral, desempeñándose en diversas ocupaciones, desde modista hasta telefonista. Sin embargo, su verdadera pasión siempre fue el conocimiento y la superación personal. En 1914, logró aprobar una oposición que le permitió convertirse en profesora especializada en taquigrafía y mecanografía, abriendo así las puertas a una carrera en la educación y la escritura.
Su incursión en el ámbito político se produjo más tarde, cuando comenzó a interesarse por la política y publicó varios artículos en un periódico conservador. Sin embargo, fue su ingreso en la Facultad de Derecho y su posterior licenciatura en 1924 lo que marcó un antes y un después en su vida. Convertida en una de las pocas abogadas de la época, Clara se unió al Colegio de Abogados de Madrid, allanando el camino para las generaciones de mujeres que la seguirían.
El punto culminante de la carrera política de Clara Campoamor llegó con la proclamación de la Segunda República en España. Elegida diputada por la circunscripción de Madrid en las elecciones de 1931, Clara se convirtió en una voz influyente en el debate constitucional que se llevaba a cabo en aquel momento. Como defensora apasionada de los derechos de la mujer, abogó por la igualdad jurídica, el divorcio y, sobre todo, el sufragio femenino.

La lucha por el voto femenino fue una batalla larga y ardua, enfrentando resistencia tanto dentro como fuera de las filas políticas. Clara se encontró con la oposición de figuras prominentes como Victoria Kent, quien creía que el voto femenino sería perjudicial para la estabilidad política del país. Sin embargo, Clara no se dejó intimidar y continuó abogando por los derechos de las mujeres, convencida de que era un paso crucial hacia la igualdad de género.
Finalmente, el 1 de octubre de 1931, el artículo 36 que garantizaba el sufragio femenino fue aprobado en las Cortes de España, gracias en gran parte al incansable trabajo y la dedicación de Clara Campoamor. A pesar de enfrentar críticas y desafíos, Clara siempre priorizó los intereses de las mujeres por encima de consideraciones partidistas o personales, dejando un legado imborrable en la historia de España.
Tras su salida del Partido Radical en 1934, Clara continuó su lucha por los derechos de la mujer a través de sus escritos y conferencias. Su obra «Mi pecado mortal: el voto femenino y yo» es un testimonio de su compromiso con la causa feminista y su visión de un mundo más justo e igualitario para todos.
A pesar de los desafíos y obstáculos que enfrentó a lo largo de su vida, Clara Campoamor nunca perdió la fe en la justicia y la igualdad. Su legado perdura hasta nuestros días, recordándonos la importancia de luchar por un mundo donde los derechos de todas las personas, independientemente de su género, sean respetados y protegidos.
