Buenas noticias para Madrid: el histórico Palacio de los Vargas, corazón del Real Sitio de la Casa de Campo y declarado Bien de Interés Cultural desde 2010, ha iniciado su rehabilitación. La casa-palacio y la Galería de las Burlas renacerán como espacios culturales y museológicos vinculados a la historia del Sitio. Si todo avanza según lo previsto, en 2027 podremos volver a recorrerlo. Antes de que esto ocurra, merece la pena recordar su largo y fascinante pasado.
El palacio perteneció a una de las familias más poderosas de Castilla, los Vargas, propietarios también de otras residencias madrileñas como la Casa de Iván de Vargas, el palacio de la plaza de la Paja o el actual Museo de San Isidro. Fue levantado en 1519 como villa suburbana destinada al recreo, enclavada en un paisaje boscoso junto al Manzanares y el arroyo Meaques.

Según Fray Lorenzo de San Nicolás, la construcción se realizó bajo Francisco de Vargas y Medina, y pudo diseñarla Antonio de Madrid, alarife y carpintero que trabajó en el Real Alcázar y en el convento de Santo Domingo el Real. El cuadro Paisaje de la Casa de Campo (1634), de Félix Castello, permite imaginar su aspecto original: tres cuerpos principales, los laterales de planta cuadrada y mayor altura, avanzados respecto al volumen central rectangular. El diseño evocaba con claridad las villas italianas.

Una doble galería porticada recorría todos los frentes. La logia superior, de arcos de medio punto; la inferior, de arcos rebajados. Ambas sostenidas por columnas esbeltas cuyos capiteles mostraban las armas de los Vargas. Las cubiertas, escalonadas y a cuatro aguas, remataban la elegancia renacentista del conjunto.
Por este palacio pasaron huéspedes ilustres: el emperador Carlos I se alojó en él en varias ocasiones, invitado por la familia. También pudo hacerlo Francisco I de Francia, durante su cautiverio en Madrid (1525-1526), al menos mientras se reparaban sus dependencias en el Real Alcázar. De vuelta a París, el monarca ordenó construir en el Bois de Boulogne una residencia inspirada, probablemente, en la Casa de Campo madrileña: el llamado Castillo de Madrid.

En 1552, el futuro Felipe II inició la compra de terrenos en torno al Alcázar. En 1561 adquirió el palacio a Antonia Manrique de Valencia, viuda de Francisco de Vargas, integrándolo en el Real Sitio. Apenas intervino en la residencia, pero sí transformó de forma decisiva el entorno con jardines, estanques, grutas y paseos. Encargó el proyecto a Juan Bautista de Toledo y confió la ordenación paisajística a Jerónimo de Algora, quien mezcló influencias italianas, musulmanas y flamencas para crear un estilo plenamente español.
El Sitio requirió una compleja infraestructura hidráulica y cinco estanques dedicados a la cría de peces para consumo real, ubicados donde hoy se encuentran el Lago y su embarcadero. En invierno se helaban y se usaban para patinar. Además, los jardines, además de ser un espacio de recreo, funcionaron como un primer jardín botánico con plantas traídas de América. Fuentes, parterres, setos y esculturas —como la estatua ecuestre de Felipe III que hoy preside la plaza Mayor— decoraban este entorno único.

El palacio mantuvo su aspecto hasta 1767, cuando Carlos III encargó a Francesco Sabatini su remodelación. El arquitecto respetó la planta original, pero transformó el alzado: eliminó la mayoría de las logias, unificó cubiertas y vanos, corrigió la asimetría y sustituyó el aparejo toledano por un revoco más sobrio, otorgándole un aire clasicista. Un grabado de la época muestra esta apariencia, con la estatua de Felipe III en primer término.

El conjunto inspiró otras villas y fue pionero en España en introducir los modelos renacentistas italianos en la arquitectura y el paisaje. Además, albergó obras de arte de primer orden, como El jardín de las delicias y El carro de heno, de El Bosco, y conservó durante siglos piezas destacadas como la Fuente del Águila.
En 1808, José I eligió el palacete como residencia, por considerarlo más seguro que el Palacio Real. Tras la proclamación de la II República, el 20 de abril de 1931, el Estado incautó los bienes de Alfonso XIII y cedió la Casa de Campo al Ayuntamiento, que la convirtió en parque público. El palacete pasó entonces a titularidad municipal.

Aunque la Guerra Civil convirtió la Casa de Campo en frente de batalla, el edificio apenas sufrió daños. En 1967, Manuel Herrero de Palacios lo reformó, sustituyendo el revoco de Sabatini por enfoscado y añadiendo un frontón en la fachada principal. Entre 2014 y 2015, Cleto Barreiro restauró su aspecto dieciochesco eliminando estos añadidos, aunque su interior quedó pendiente de uso.

En el siglo XXI alojó el Instituto Municipal de Deportes hasta 2008. Más tarde surgieron diversos proyectos —biblioteca gastronómica, centro de estudios sobre el hambre, centro de interpretación— pero ninguno prosperó. Hoy, tras décadas de abandono, el palacio está recuperando su antiguo esplendor renacentista. Las excavaciones arqueológicas ya han revelado hallazgos esenciales, como pavimentos cerámicos originales y parte de la red hidráulica del siglo XVI.

