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CURIOSIDADES DE MADRID: LAS MANUELAS, UN VIAJE EN EL TIEMPO

Las grandes capitales europeas sintieron pronto la necesidad de ofrecer transporte público a sus habitantes. En París, ya en 1662, funcionaba La carroce de cinc sols, un servicio que permitía a quienes no poseían carruaje desplazarse pagando únicamente el precio del trayecto.

En Madrid, el transporte público surgió a finales del siglo XVI mediante sillas de mano y literas, impulsadas por tracción humana o animal. Las calles, estrechas y tortuosas, aún no permitían la circulación de carruajes, de modo que el alquiler se pactaba directamente entre particulares.

De los simones a las “Manuelas”

A finales del siglo XVII aparecieron los primeros coches de pechera, conocidos como “simones”, carruajes cerrados destinados al alquiler. Con el aumento de la demanda surgieron talleres especializados que produjeron vehículos más ligeros y adaptados a las calles madrileñas. Fue entonces cuando irrumpieron las populares “Manuelas”, junto a los “milores” y las “victorias”.

¿Cómo eran las “Manuelas”?

Las “Manuelas” eran carruajes de alquiler abiertos, sin capota, tirados por un solo caballo. Su diseño ligero los convertía en un transporte más asequible que las berlinas o birlochos, pero también más ágil para sortear las estrechas vías de la ciudad. Funcionaban como un taxi económico y realizaban trayectos cortos por las principales arterias de Madrid: la calle de Alcalá, la Puerta del Sol, el Paseo del Prado o el Paseo de Recoletos. Allí dejaban al pasajero para pasear o visitar alguno de los más de 90 cafés que animaban la ciudad.

Regulación y normas del servicio

Con la creciente presencia de los coches de plaza, los ayuntamientos comenzaron a regular su actividad. Surgieron las paradas oficiales, conocidas como “puntos” o “plazas”, donde los carruajes esperaban formando fila. El conductor de cabeza permanecía en el pescante; los demás aguardaban cerca, respetando el turno.

Las normas eran estrictas:

  • Prohibido dejar carruajes o caballos abandonados.
  • El lavado debía realizarse en el arroyo, nunca en las aceras.
  • Se debía avanzar al trote por las calles amplias y al paso en las estrechas.
  • Nunca podían cruzarse dos carruajes en la misma calle.
  • Todos debían llevar cristales, cortinas o persianas, además de un timbre o campanilla conectado con el interior para avisar al cochero.
  • De noche, los faroles debían permanecer encendidos.

El cochero tenía su propio reglamento: debía ser mayor de 18 años, robusto, educado y llevar un uniforme reglamentario con gorra de paño y visera. Nada de blusas ni alpargatas. También se fijaban normas para el manejo del látigo y para la correcta disposición de las caballerías.

Del esplendor al ocaso

Con la llegada del automóvil a comienzos del siglo XX surgieron los llamados “simones automóviles”. Barcelona fue pionera en crear la primera sociedad de taxis automóviles. Durante unos años convivieron con los carruajes tradicionales, pero en la década de 1930 los coches de tracción animal se habían convertido ya en una rareza.

La Guerra Civil y la dura posguerra, con la escasez de combustible, devolvieron temporalmente a las calles los coches de plaza e incluso alguna diligencia. No obstante, los planes de estabilización de los años 50 marcaron el final definitivo de este modo de transporte que, durante siglos, formó parte del paisaje madrileño.

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