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EL MUSEO OLAVIDE, LA CRÓNICA DE UNA MUERTE NO ANUNCIADA.

En 2024, Callejeartemadrid tuvo el privilegio de visitar con sus grupos de alumnos el Museo Olavide, ubicado en los sótanos de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Tras atravesar pasillos interminables, el grupo fue recibido por los restauradores del museo, Amaya Maruri y David Aranda, que con calidez y gran profesionalidad dieron voz y rostro a una historia que durante décadas ha permanecido silenciada.

Todo comenzó con el relato del antiguo Hospital de San Juan de Dios, fundado por el hermano Antón Martín, especializado en enfermedades infecciosas de la piel. Sus pacientes eran en su mayoría personas pobres, víctimas de la miseria, la falta de higiene o las enfermedades venéreas. En aquella época, a los hospitales no se iba a curarse, sino a morir.

A continuación, conocimos la figura del doctor José Eugenio Olavide, pionero de la dermatología moderna en España. Inspirado por su visita al Hospital de San Luis en París, Olavide impulsó en Madrid un ambicioso proyecto de documentación científica: la creación de modelos de cera que reprodujeran con precisión las afecciones dermatológicas más frecuentes. Tiña, sarna, psoriasis, sífilis… cientos de figuras que ofrecían una herramienta única para el estudio clínico y la docencia médica.

En cada sala, los visitantes encontraban bustos y cuerpos modelados con meticulosidad, acompañados de una ficha con el nombre del paciente, su origen, hábitos y diagnóstico. Más que un museo, era un retrato íntimo de las clases más desfavorecidas.

A pesar del impacto visual que provocan las piezas, el interés científico y humano de la colección superaba cualquier aversión.

El periodista Manuel Ansede tituló así su artículo del 29 de mayo de 2025 en El País:

“El destino maldito del Museo de las personas más desgraciadas del mundo: de una sala de aerobic a ser expulsados de la Complutense”.

El Hospital de San Juan de Dios, en la calle Atocha, funcionó desde el siglo XVI hasta 1897. Fue conocido como un “infierno en la tierra” y allí trabajó Olavide. Las figuras de cera, creadas con fines didácticos, siguieron un destino incierto tras el derribo del hospital. Se almacenaron en cajas y bidones, olvidadas en una nave durante más de 40 años.

En 2002, un alto cargo de la Comunidad de Madrid pidió al Museo de Antropología Forense de la Complutense que acogiera la colección. En 2005, la Academia Española de Dermatología y Venereología recibió las esculturas, a las que se sumaron otras 120 cajas localizadas en el Hospital Niño Jesús.

En 2014, se acondicionaron 560 m² en los sótanos de la Facultad de Medicina para albergar la exposición. Maruri y Aranda comenzaron como voluntarios y devolvieron la dignidad a estas piezas. En 2016, el rector Carlos Andradas presentó un ambicioso proyecto: crear el Museo de la Medicina, donde reunir varias colecciones científicas dispersas. Pero el proyecto murió por falta de presupuesto.

El pasado 22 de mayo de 2025, la gerencia de la Universidad Complutense notificó oficialmente la desocupación urgente del espacio antes de final de curso. Se aducen razones económicas y organizativas. Más de 670 figuras de cera, legado único en Europa, quedarán sin sede ni destino claro.

No alcanzamos a entender los motivos de esta decisión. ¿Cómo es posible que se deseche el trabajo de tantos profesionales, la memoria de tantos pacientes y el valor educativo de una colección sin igual?

Como historiadora del arte, con más de treinta años dedicada a divulgar nuestro patrimonio, lanzo desde aquí una llamada: no dejemos morir el Museo Olavide. Pido a las autoridades implicadas —Facultad de Medicina, Colegio de Médicos, museos científicos, asociaciones de enfermedades dermatológicas— que encuentren una solución. Porque lo que está en juego no es solo un museo, es nuestra memoria científica, médica y humana.

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