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FRANZ LISZT TOCÓ EL PIANO EN MADRID. OCTUBRE DE 1844

En 1844, el célebre compositor y pianista húngaro Franz Liszt llegaba a Madrid dentro de su gira europea, en plena efervescencia del Romanticismo musical. Un artista colosal, cuya vida se divide en tres grandes campos: obras para piano, para orquesta y música religiosa. Su visita fue un acontecimiento sin precedentes en la vida cultural de la capital, comparable a la llegada de Rubini o Paulina García. Y es que Liszt no era solo compositor, era un fenómeno de masas: su virtuosismo provocaba auténticas oleadas de histeria, especialmente entre el público femenino, lo que se conoció como «Lisztomanía».

Liszt ya era una leyenda viva. A los once años, en 1823, fue presentado ante Beethoven, quien, según cuenta la tradición, le besó la frente como símbolo de consagración. Aunque ya estaba completamente sordo, Beethoven quedó impresionado por la expresividad del joven. Desde entonces, Liszt reverenciaría al maestro alemán durante toda su vida.

En 1839, movido por esa admiración, emprendió una gira por Europa con un objetivo altruista: reunir fondos para erigir un monumento a Beethoven en Bonn. Parte de ese periplo incluyó España. Así, en el otoño de 1844, el pianista desembarcó en el Madrid isabelino, donde fue invitado por el Liceo Artístico y Literario, institución fundada en 1837, cuya sede se encontraba en el palacio de los duques de Villahermosa, actual Museo Thyssen-Bornemisza.

El 28 de octubre de 1844, a las 20:30 horas, Liszt ofreció su primer concierto madrileño. El piano utilizado era un Boisselot, cedido por la firma francesa proveedora de la Casa Real. Le acompañaban el barítono Ciabatta, su secretario, y el propio Louis Boisselot. Las entradas podían adquirirse en la librería Mornier (Carrera de San Jerónimo) y en los almacenes de música de Iradier (calle del Príncipe). Su precio: 40 reales el público general, 30 reales los socios del Liceo.

El repertorio elegido fue de inspiración operística italiana, culminando con una improvisación sobre aires populares españoles, entre ellos la jota, como propina. El entusiasmo fue apoteósico: “Nunca hemos presenciado en el público madrileño arranques tan espontáneos de entusiasmo artístico”, recogía la prensa. El éxito fue clamoroso, pero no exento de polémica: hubo desavenencias económicas entre Liszt y los organizadores que enturbiaron la relación con el Liceo.

La ciudad en que Liszt actuó vivía un proceso de transformación. El teatro era el centro de la vida musical. La ópera italiana, especialmente Donizetti y un incipiente Verdi, era la preferida. La música sacra había perdido fuerza tras la desamortización de Mendizábal y aún no existían orquestas independientes. La zarzuela aún no había alcanzado su plenitud, y los músicos españoles se debatían entre escribir óperas en italiano o en castellano, pero siempre influenciados por el repertorio italiano.

El Liceo Artístico y Literario, al que Liszt debe su presencia en Madrid, fue epicentro de la vida cultural romántica. Entre sus miembros figuraban nombres como Pedro Albéniz, organista de la Capilla Real; Ramón Carnicer, autor del himno nacional de Chile; Iradier, compositor de “La Paloma”; o Mariano Rodríguez de Ledesma, maestro de la Capilla Real. Era el ambiente ideal para un artista tan innovador como Liszt.

En 1987, con motivo del centenario de su muerte, el Ayuntamiento de Madrid colocó una lápida conmemorativa en la fachada del Museo Thyssen-Bornemisza, antiguo Palacio de Villahermosa, en honor a su histórica actuación. Fue diseñada por Joaquín Roldán, arquitecto jefe de la Sección del Patrimonio Histórico-Artístico, y realizada por la empresa C.A.B.B.S.A. Aquel 28 de octubre de 1844, el piano en Madrid sonó con una intensidad inédita. Y fue Franz Liszt quien lo hizo vibrar.

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