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La Casa del Pecado Mortal en Madrid

En la calle del Rosal número 3, existió una casa conocida como la Casa del Pecado Mortal. La calle era breve, con solo cuatro edificios en el lado de los números impares y uno en el lado de los pares. Sin embargo, con la construcción del último tramo de la Gran Vía, entonces llamada calle de Eduardo Dato, la calle desapareció, llevándose consigo la Casa del Pecado Mortal.

Antes de recibir ese nombre tan curioso, la casa había sido propiedad de la condesa de Torrejón, marquesa de Villagarcía, quien la dejó en herencia, junto con todos sus bienes, a la Real Hermandad de Nuestra Señora de la Esperanza y Santo Zelo de la Salvación de las Almas. Esta Hermandad, fundada en 1733, tenía como objetivo asistir y acoger discretamente a mujeres embarazadas fuera del matrimonio. Desde Felipe V, todos los reyes españoles fueron presidentes de esta Hermandad, que también mantenía a sus expensas el Convento de Arrepentidas en la calle de Hortaleza (frente a la actual sede de los arquitectos).

Cada noche, los hermanos salían a pedir dinero para sostener sus propósitos, formando la denominada «Ronda del Pecado Mortal». En parejas, provistos de un farol y una campanilla, deambulaban por figones y tabernas, bailes, hosterías y casas «non sanctas» cantando tétricas saetas que hablaban del infierno, de la muerte, y de lo breve de la vida. Quienes oían tales cantos los recibían con piedras, verduras podridas, restos de comida e incluso excrementos. Algunas de sus coplas eran:

«Alma que estás en pecado
si esta noche te murieras
piensa bien a dónde fueras.»

Además de esta casa en la calle del Rosal, la Hermandad poseía otras dos, una en la calle del Barco y otra en Madera Alta, dedicadas al mismo fin. La Casa del Pecado Mortal comenzó su actividad en 1800. Tenía solo una puerta de acceso, que se abría únicamente para permitir la entrada o salida de los hermanos de la ronda. Con un aspecto casi inquisitorial, la casa contaba con un salón de juntas, donde se custodiaban los archivos de la Hermandad y los fondos obtenidos de donaciones. La casa gozaba de protección regia y gubernamental, lo que garantizaba el secreto absoluto de cuanto allí ocurría, siendo un negocio exento de tributos y de cualquier intervención externa.

Las ventanas de sus cuatro pisos tenían cristales pintados, protegidos por celosías y persianas que nunca se abrían, ni siquiera en los patios interiores, para preservar la identidad de las mujeres que allí vivían. En la fachada, bajo un ventanuco, había una pequeña ranura a modo de buzón donde se depositaban las solicitudes de las mujeres embarazadas que querían ingresar para no manchar el honor de sus familias.

Según estas solicitudes, las mujeres podían ser admitidas o no por la Hermandad. Las que ingresaban eran llamadas recoletas y se les asignaba una habitación con una cama, sobre la cual encontraban un tupido velo y una tarjeta con un nombre ficticio que usarían durante su estancia en la casa, manteniendo así su anonimato.

La casa estaba regida por una rectora, una mujer de cierta edad, soltera o viuda, que era secundada por un celador, el único que conocía el nombre real de «las enfermas». Este celador era también responsable de inscribir al «fruto del pecado» en el registro civil, y de entregarlo a la inclusa si su madre lo consentía.

Las recoletas adineradas podían ingresar en la casa pagando un donativo de tres pesetas diarias a la Hermandad, lo que les daba derecho a una habitación individual. Las mujeres embarazadas pobres, en cambio, no ocultaban su rostro, dormían en habitaciones compartidas y servían a las más adineradas. En 1918, la cuota para una recoleta rica en la Casa era de seis pesetas diarias, lo que les permitía estar acompañadas por otra embarazada pobre. En 1926, el Ayuntamiento de Madrid expropió la Casa del Pecado Mortal, abonando la cantidad de 113,794 pesetas, y procedió a construir el tercer y último tramo de la Gran Vía.

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