Desde los albores de la Gran Vía, aquel icónico tramo inicial bautizado como Avenida Conde de Peñalver, numerosos establecimientos han tejido la rica trama comercial de esta arteria madrileña: cafeterías, perfumerías, joyerías, cines, sastrerías, y tiendas de regalos, entre otros, abrieron sus puertas a partir de la década de 1920. Sin embargo, muchos de ellos, ahora, solo perviven en la memoria colectiva, formando parte del pasado ya desvanecido. De paso, os invito a que visitéis la exposición «Un Garbeo por los Años 20 del Siglo XX» en El Águila (Calle Ramírez de Prado 3).
Uno de estos comercios icónicos fue Samaral, que inauguró su tienda en el número 16 (hoy 7) de la Avenida Conde de Peñalver en 1934, con una parte trasera que se extendía hasta la calle Caballero de Gracia, número 15 (la discrepancia en la numeración se debe al cambio del punto de inicio de numeración, antes desde la Red de San Luis, ahora desde el punto más cercano a la Puerta del Sol).
José Pérez de Santa María Altisent, cuyo apellido dio origen al nombre comercial Samaral, tras trabajar en la tienda de sus tíos, decidió independizarse y establecer su propio negocio en la avenida más de moda de la época.
En un principio, concebida como una camisería al estilo inglés, de alta categoría, donde los clientes podían elegir cómodamente sentados todo lo que les interesaba, Samaral fue ampliando su oferta con una variedad de complementos, como corbatas, cinturones y bolsos, muchos de ellos importados. Además, se sumaron artesanías de calidad, como cerámicas, cueros y sedas pintadas a mano, pero siempre evitando los típicos souvenirs turísticos.
El rótulo de la tienda, innovador para la época, presentaba únicamente la letra «S» en mayúsculas, de un solo trazo, elaborada en cobre, que tras la Guerra Civil fue renovada en hierro pintado, aunque desaparecieron las comillas que la rodeaban.
Se implementó un sistema novedoso para exhibir los productos, aprovechando la viga central del edificio en la entrada, rodeada de vidrieras para exponer artículos. Los escaparates se situaban a ambos lados de esta columna en forma de herradura, permitiendo a los clientes visualizar cómodamente toda la oferta disponible.
El interior de la tienda, alargado y provisto de varias columnas revestidas en madera, albergaba numerosos mostradores, estanterías y cajones de madera maciza y cristal, con sillas para la comodidad de los clientes y espejos de probador con apliques de luz.
El desnivel entre la Gran Vía y la calle Caballero de Gracia se salvaba con varios escalones al fondo de la tienda, donde el propietario atendía a los clientes ante una gran mesa con ocho cajones, cuya superficie estaba decorada con monedas dejadas por clientes de todo el mundo.
Otra peculiaridad era el libro de firmas de clientes conocidos, entre ellos artistas de cine como Orson Welles, Ava Gardner, Claudia Cardinale y Camilo José Cela, así como el famoso diseñador de vestuario cinematográfico Gil Parrondo.
Durante la Guerra Civil, a pesar de los sacos de arena para proteger el local, Samaral sufrió impactos de metralla durante los bombardeos en lo que entonces se conocía como la Avenida de los Obuses. Aunque se ofreció a los empleados pernoctar en el almacén del sótano, una bomba cercana hizo desistir de la idea. Además, el establecimiento demostró su solidaridad donando ropa a los afectados por el conflicto.
Tras el fallecimiento del fundador en 1948, sus hijos tomaron las riendas del negocio, que no sobrevivió más allá de la tercera generación. Aunque Fernando Pérez de Santa María continuó al frente, los empleados trabajaron en Samaral durante más de tres décadas.
El declive de Samaral, como el de muchos otros comercios, comenzó con la nueva ley de alquileres, que les impidió hacer frente a las elevadas rentas exigidas por los propietarios de los locales. Además, el deterioro progresivo de la zona, que antes albergaba establecimientos icónicos como la tienda de Balenciaga o la Hispano-Suiza, contribuyó al declive del área.
Con el tiempo, Samaral se transformó en un bazar, ofreciendo una amplia variedad de productos no solo de ropa, sino también destinados al turismo, desde objetos de náutica hasta estatuas decorativas y relojes.
Finalmente, en 2011, Samaral cerró sus puertas. Desde entonces, el local ha permanecido vacío, sin ser reemplazado por ningún otro negocio.




