Un 14 de mayo de 1761, el recién estrenado rey Carlos III, el que sería considerado «el mejor Alcalde de Madrid», ordena el empedrado y la limpieza de las calles de la capital en su clara intención de embellecerla. LLegaba tras 25 años de reinado en Nápoles, y se empeñó en reformar España, de la ayuda de tecnócratas como Floridablanca, Campomanes, Aranda, Esquilache…
Entre las muchas medidas y mejoras, diseñó modernos planes urbanísticos, paseos, iluminación eléctrica, alcantarillado, saneamiento, empedrado. El centro de Madrid era hasta entonces un lodazal a menudo pestilente y, aun así, sus habitantes, unos 150.000, que impregnaban la localidad de olores putrefactos, recibieron con cierta reticencia las reformas, lo que llevó al monarca a responder con sorna: «Mis vasallos son como niños, los lavas y lloran».
Ademas de la limpieza de calles y la recogida de basura que sería trasladada fuera del casco urbano, se realizó el empedrado en la parte delantera y lateral de las casas, conventos y parroquias que dieran a la vía pública. Asimismo, se obligó a los propietarios de inmuebles a instalar canalones y conductos para evacuar el agua de las cocinas y mayores; también a encender un farol en las escaleras. Otra medida fue la creación de la policía urbana para mantener el orden público.
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