Joaquín Sorolla deseó desde sus comienzos convertirse en un pintor internacional. De esta manera participó en todos los grandes certámenes internacionales y recibió importantes reconocimientos, entre otros, el Grand Prix de la Exposition Universelle de Paris de 1900. Sorolla realiza, entre 1906 y 1908, exposiciones monográficas en París, Berlín y Düsseldorf, Colonia y Londres, consolidándose como el artista español más apreciado, gracias a la extraordinaria luz de su pintura, a su pincelada suelta y radiante y a su colorido excepcional.
A través de estas obras se puede seguir la evolución del artista, desde sus primeros trabajos de carácter social hasta sus experimentos con la luz y el color en el mar. En sus cuadros, se ven el prisma de los estilos artísticos internacionales que convivían en 1900, y que combinaban el naturalismo, la brillantez y luminosidad del impresionismo, la instantaneidad de la vida moderna con la solidez compositiva, la elegancia y el prestigio de los viejos maestros.
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